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El viajero

cuento corto

Ya iba bien mareado cuando entró al baño tambaleante del tren y, con muchísimo trabajo y mala suerte abrió, con una patada mal dada y más bien inintencional, la tapa del retrete, como quién voltea una lata llena de porquería con los pies, en parte por asco al olor, en parte por ahorrarse el trabajo de limpiarse las manos con algun pañuelo improvisado. Como no llevaba ni pañuelo ni nada que se le pareciera, y como no había ni papel higiénico ni papel de manos en ese baño (también ya había aprendido a esperar poco más que nada de aquellos trenes europeos de medio pelo), recurrió a aquel gesto que tanto había tenido que ocultar de sus padres en su ya muy lejana infancia: cerró los ojos ya apretó la boca mientras, apretando la lengua contra el paladar, inhaló de golpe, con un gruñido orgulloasemente varonil, toda la masa de mocos y flemas que le venían llenando la garganta reseca desde el principio de ese viaje accidentado. Con los ojos aún cerrados bajó la lengua dándo vueltas en el interior de la boca, moldeando cuidadosamente esa obra maestra de gargajo que llevaba seguramente horas cuajándose bajo la nieve bávara.

Echó la cabeza hacia atrás mientras soltaba el chorro de orina en el inodoro recién abierto, la respiración contenida, más que por el olor del sanitario, por no tragarse ese gargajo magnífico que no tenía intención en soltar sin haberlo difrutado come merecía semejante ejemplar peninsular.Ave María... pensó mientras le daba vueltas al asunto y se recordó a su padre hace tantos años, en ese extásis casi religioso con el que masajeaba los cuerpos inertes, trofeos de su amor a la caza, antes de filitearlos cuidadosamente. Se aguantó la risa. Para no ahogarse. Apretó las nalgas para exprimirse hasta la última gotita traicionera, sin tener que sacudir, y escupió, con la misma mala puntería con que todo lo hacía, aquella ejemplar y verdosa amalgama de mocos y sangre seca que, al de igual manera que todo lo demás ese día, fue a parar, en lugar de a su debido lugar, sobre su amarillenta y fofa verga, más acostumbrada al alardeo que a la acción.¡Coño!

Tardó un tiempo en empezar a limpiarse con la mano. El agua del lavabo esta fría y no quería sufrir ni la limpieza ni la vergüenza de mojarse el pantalón por accidente con el vaivén del tren. Suspiró de mal humor mientras se quitaba los mocos del glande como en su momento se habría sacudido el semen, con pereza y de mala gana. Prefirió verlo por el lado postivo. No es lo mismo "Los Tres Mosqueteros" que "20 Años Después" dijo para sus adentros toledanos. Se subió la bragueta. Hombre, mejor me hubiera dejado el pasaporte...

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